16.11.09

Cosita Bonita

Aquella noche lo soñé. Soñé que rompía aguas, y que el parto se demoraba, hasta el punto de que me mandaban a casa porque aun no era la hora. Pero lo era. Esa misma tarde perdí el tapón, mucosa marrón que anuncia la llegada. Y poco después caía el agua.

Como primeriza inexperta pero informada, al menos sabía que podía esperar. Tomé un café y unos dulces para subirme la tensión, no fuera que me desmayara como mi santa madre y perdía el conocimiento en un momento tan importante, que recordaré toda mi vida.

Fuimos al hospital. Ni una contracción. Una sensación de felicidad inundaba mi ser, en medio de un montón de madres enfermas o ya con dolores. Se anunciaba el momento, el momento soñado de verle la cara a mi hija, de saber cómo es. Me dijeron que pasara allí la noche, y que a la mañana, si no me había puesto de parto, me lo inducirían (por eso del riesgo de infección una vez rotas las aguas). Me indicaron que caminase esa noche para provocar un poco la bajada, y así lo hice, para dormir después unas horas. Se cumplían las 12h reglamentarias a las 6:00 de la mañana.

Son las 6. Todavía no tengo dolores. Me llevan a ponerme las correas. Todo normal, y la nena que no viene. Aparece la doctora y me introduce una pastilla por la vagina, que aparentemente apenas noté, como para imaginarme la sinfonía que empezaría poco después.

Primer dolor. Al principio flojitos pero al cabo de un rato la aférrima defensora del parto natural pedía a gritos la epidural, mientras se sentía avergonzada de su propia cobardía y juraba no tener hijos nunca más (cosa que se olvida o es retirada unas horas después).

Los médicos y anestesistas están ocupados. Ha cambiado la luna, y esa noche nos hemos puesto de parto casi todas las mujeres embarazadas de esta ciudad, o eso parece. La anestesia no llega, y solo tengo a mi madre y a la comadrona, mujer que no olvidaré en la vida.

Al final llega el momento. Es incómoda pero según la anestesista me porto como una campeona, excepto en el momento en el que me da el calambre y pego un bote que asusta. Poco a poco todo cambia. Sigo sintiendo los dolores, pero puedo soportarlo, y me dispongo a disfrutar del parto en cada instante, en cada contracción, en cada dolor. Pasan 2 horas y se pasa el efecto de la anestesia, pero afortunadamente no tardan tanto en inyectarme la segunda dosis. Ya queda poco. Aparece la cabecita. Me ponen un espejo delante (una superfície reflectante) para que vea lo que está pasando. Esta comadrona es increíble. Hasta me saca mi madre una foto, lo llego a saber y le enseño a grabar vídeos pero en esas estoy cuando me dice la partera que haga el favor de atender a lo que toca, y me quedo sin vídeo pero alucino pepinos cuando...

La cabeza ya está fuera. Alguien me pregunta si la quiero coger y digo que por supuesto, y en menos de 3 minutos ya está fuera del todo !!!! Alucino por un tubo, yo me esperaba 3h más. La cojo y le doy su primer abrazo. Está llorando pero pronto se calma, el azote en el culo o está obsoleto o es ciencia ficción. Es maravilloso, ese ser lleno de fluidos de colores blanco y rojo es mi hija, mi engendro, parte de la creación y parte de mí, gestándose durante 9 meses en mi barriguita... no me lo puedo creer. Mi madre corta el dordón y solo queda un empujón para sacar la placenta (y la cuarentena para acabar de depurar). Luana ya está aquí.

Aun hoy, a casi 3 semanas de su nacimiento recuerdo ese momento. Y doy gracias al cielo por este maravilloso regalo que me ha dado, renaciendo yo en cada gota de su aliento, parte de mi ser y fruto de mis entrañas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una narración de parto tan bella...Me ha emocionado mucho;tengo el reloj biológico con el despertador sonando,y la verdad que sin ser madre aún,puedo captar ese sentimiento tan especial...Enhorabuena,aprende mucho de ese ser ahora puro,y disfruta de tu maternidad

lunagua dijo...

Gracias